Argimiro Rico Trabada, nació en San Bernabé (Baleira) en 1905. En 1924 estudió magisterio en la Escuela Normal de Santiago de Compostela. Fue maestro en las escuelas Fontaneira y San Bernabé. Organizó y fue director de la Unión Cultural San Bernabé. Organizó el Festival del Árbol en St. Bernard’s School en 1934. Visitaba regularmente Montecubeiro, de donde procedía su madre, participando en actividades culturales desarrolladas por la Unión de Campesinos de Montecubeiro.
Era un pedagogo ilustrado de origen humilde que echaba una mano a sus vecinos: curaba a personas y animales, daba consejos sobre cultivos y repoblaciones forestales, enseñaba las 4 reglas a niños y formaba a escolantes. Pasaba por rojo, pero era un Republicano centrista seguidor de Manuel Portela Valladares. Tampoco era un ateo, sino un creyente que había desterrado el crucifijo del aula. No daba clases de religión, mas regalaba catecismos a sus pupilos para que los leyesen en sus casas. Participó en mítines, como el 14 de abril de 1936 para celebrar la fiesta de la República, en el que pronunció un discurso en defensa de la cultura. como factor de liberación.
Arximiro era el maestro total, encarnaba el progreso. Hizo una labor sociocultural que trascendía los muros de la propia escuela: creó un coro, un grupo de teatro, una biblioteca circulante, elementos importantes para un lugar como aquel muy aislado de los núcleos grandes de población. De hecho, cuando le llegó la muerte, estudiaba Medicina, al tiempo que daba clases mañana, tarde y noche, pues preparaba a bachilleres y a maestros por libre.
En la parroquia de Castroverde, 2 guardias civiles a la caza de varios fugados fallecieron durante un tiroteo. Esto desató una feroz represión en este municipio del interior de Lugo, 15 inocentes fueron asesinados por los franquistas en Montecubeiro. Argimiro daba clases en una aldea de Baleira, un ayuntamiento vecino, si bien frecuentaba la zona y tenía amistades con Republicanos del lugar.
Al anochecer de aquel trágico 16 de octubre de 1937 un grupo de falangistas se dirigieron a su casa de San Bernabé, en Baleira, A Fonsagrada. Llamaron a la puerta de su casa y su madre le rogó que no abriese la puerta. Sacaron al Arximiro de la vivienda y se lo llevaron a la montaña de la sierra de la Ferradura. En una taberna del camino se detuvieron a beber, dejando a Argimiro amarrado con una argolla a la fachada; cuando salieron lo patearon y continuó el rosario de vejaciones, sus verdugos se montaron sobre su lomo obligándolo a transportarlos “a caballo”.
Siguieron caminando hasta el lugar elegido donde, mientras aún vivía, le cortaron los testículos, se los metieron en la boca, le cortaron la lengua y le sacaron los ojos. Luego lo molieron a palos y le dispararon con escopetas hasta desfigurarle la cara completamente. Su cadáver fue abandonado tirado en el monte para extender la sensación de terror.
La broma macabra fue que a la víctima le enviaron una notificación días después de su asesinato, en la que se le informaba que podía reintegrarse a su plaza como maestro nacional de la que había sido suspendido temporalmente como tantos otros, acusados de ser afectos al régimen Republicano por acatar las leyes educativas implantadas en la IIª República española.
Este vil crimen convirtió a Arximiro Rico en un mártir de la Educación Pública. Mataron la esperanza de un futuro mejor para la gente del común. Hombre ilustrado, había encarnado el progreso en el rural gallego, sometido al poder de los poderes fácticos, curas dirigidos por el obispado de Lugo, los caciques, y los falangistas, una panda de analfabetos de la zona quienes hicieron valer la fuerza sobre la razón. La difusión de la cultura contribuía a erosionar esos liderazgos tradicionales, por eso los reaccionarios, que no solo pretendían vengarse de un enemigo político, mataron esa antorcha de luz y cultura.
En uno de los prólogos de “Maestros de la República”, de María Antonia Iglesias, la periodista alumbró esta antología de mártires de la enseñanza, santos laicos a los que ningún cura rezó, tras descubrir el trágico fin de un hombre hecho a sí mismo y deshecho por otros. Las razones de las ejecuciones eran erradicar el espíritu de la República encarnado en los maestros y en la educación; provocar un miedo generalizado. La última vez que su hermano Gumersindo lo vio, el maestro le dijo: “Me sentenciaron a muerte por haber enseñado a leer a una aldea”.
Documentos: Público (Henrique Mariño). Federación de Republicanos. Y los documentos, “Arximiro Rico, luz dos humildes”, de Xosé Manuel Sarílle, y “Vida e morte dun mestre Republicano”, de Narciso de Gabriel
En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española