Jaraíz de la Vera (Cáceres), 1936. Los franquistas ASESINARON al maestro REPUBLICANO SEVERIANO NÚÑEZ GARCÍA

Severiano Nunnez Garcia word pressSeveriano Núñez García nació en 1895 en Barrado (Cáceres), hijo de Jerónimo y de Sinforosa, eran 4 hermanos. Para que Severiano pudiera estudiar magisterio, su madre tuvo que vender una finca, porque se quedó viuda y no podía darle estudios. Obtuvo el título en 1914, y en 1917 al cambiar el plan de estudios. Empezó ejerciendo en Herreruelo (Cáceres), donde fue alcalde desde 1924 hasta 1930, año que se trasladó a Jaraíz de la Vera, donde le nombraron secretario del consejo local escolar, por «sus dotes y condiciones, y su amor a la enseñanza». Severiano era un maestro vocacional, exigente, católico, amante del progreso, la cultura y la educación, para mejorar a sus alumnos y sus vidas, la mayoría hijos de jornaleros de una Extremadura negra, misérrima y espantosamente caciquil.

Severiano estaba comprometido con la implantación de los valores Republicanos de igualdad, pluralismo y libertad. Esto era un problema para los terratenientes, que no estaban dispuestos a permitir que se promocionara la igualdad social desde la Escuelas Republicanas. Como hombre progresista, Severiano leía libros avanzados para esa época; en 1934 la guardia civil le retiró de su domicilio los libros que consideraban subversivos. Cuando en 1936 ganó el Frente Popular, Severiano reclamó en el cuartel la devolución de los libros, lo que le enemistó con la guardia civil. Además, la pedagogía Republicana era considerada peligrosa por la Iglesia, que criticaba en sus sermones a los maestros progresistas. Los curas les acusaron de ateos, de quitar los crucifijos en las escuelas, lo que era obligado en la escuela laica, y de verter ideas contrarias a la religión, patria y familia. A Severiano le acusaron de querer demostrar que Dios no existía.

Tras el golpe fascista del 36, Jaraíz de la Vera cayó en manos rebeldes. En Septiembre de 1936, el nuevo alcalde franquista, Miguel Sanguino, denunció a varios maestros de la población por izquierdistas, a Severiano lo consideraba comunista. Cuando Severiano estaba de vacaciones en Barrado, unos falangistas fueron a buscarle a su casa, le gritaron burlonamente exhibiendo la chulería negra de sus armas: «¡Baja, pájaro!». Le sacaron de su casa apuntándole con las pistolas y se lo llevaron agarrado por el cuello hasta un camión que le condujo a un oscuro calabozo.

De allí lo pasaron a la cárcel de Plasencia, donde le sometieron a una farsa judicial: Fue acusado de tener ideas izquierdistas y revolucionarias, haber sido subsecretario de la Casa del Pueblo, consejero de las asociaciones obreras y asesor de las asociaciones marxistas. Además, Miguel Sanguino le acusó de excitar a la violencia, pretender implantar la anarquía y el comunismo, aconsejar a las masas al asesinato de personas de derechas, considerándole un ser peligroso indigno de desempeñar el cargo de Maestro Nacional. Severiano negó tales exageraciones, y desde luego admitió que había sido socio de la Casa del Pueblo a partir de 1933, que participó de la Agrupación Socialista como secretario y en la Asociación Obrera sin cargo alguno. Otros vecinos aseguraron que su conducta personal era intachable.

Un “tribunal” sedicioso le acusó de «delito de rebelión militar» porque preconizó «la resistencia a las fuerzas nazionales”, la sentencia le condenó a muerte. A Severiano se lo llevaron a las 5:30 del 16 de septiembre de 1936 hasta el cementerio de Plasencia, donde un piquete de ejecución lo acribilló a muerte con 20 balazos. Después arrojaron indignamente su cuerpo junto a un centenar de Republicanos igualmente asesinados, a una fosa común que los franquistas habían abierto cerca de las paredes exteriores del cementerio, pues en el «religioso» no se podía enterrar ni a los infieles ni a los «rojos», a quienes se consideraba «criminales y asesinos degenerados». Toda la solemne farsa de su juicio militar, su oprobiosa condena y su ejecución se llevó a cabo en mes y medio.

Durante casi 50 años sus restos permanecieron allí, bajo un montón de basura y escombros con muchos otros cadáveres. Su recuerdo estuvo envuelto en una nebulosa de pánico y silencio hasta que su sobrino, Antonio Sánchez-Marín, también maestro, decidió desenterrar su memoria, reconstruyéndola a partir de testimonios de parientes, vecinos, conocidos y antiguos alumnos. En el comienzo de los años 80, gobernando los socialistas, Julián Benavente, hijo de Nicolás Benavente Velas, asesinado por los franquistas el 17 de Agosto de 1936 en los aledaños del parque de los Pinos de Plasencia, consiguió, con muchas dificultades, los permisos para realizar las exhumaciones. Julián puso toda su alma en aquel empeño porque recordaba que el cadáver de su padre lo habían dejado abandonado en un campo los mismos que le fusilaron. Salieron ochenta y tantos cráneos, «había muchas zapatillas, pero un solo par de zapatos».


Documentos: Maestros de la República, los otros Santos, los otros Mártires (Mª Antonia Iglesias). Wikipedia


En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española