Bilbao, Mayo de 1977: FRANCISCO JAVIER NÚÑEZ FERNÁNDEZ fue brutalmente ASESINADO por varios policías FRANQUISTAS, un CRIMEN impune y silenciado

Francisco Javier Nunnez Fernandez word pressPaco no era más que un humilde profesor de matemáticas. Su tragedia comenzó cuando contaba 38 años de edad. «El domingo 15 de mayo de 1977 salimos él y yo a misa y a comprar el periódico, era la rutina». Lo cuenta Inés Núñez de la Parte, su hija. Una mujer joven, resuelta, inteligente y vital, abogada de prestigio y ejecutiva de éxito en una importante empresa vasca, de verbo contundente y cuyos grandes ojos verdes miran con determinación pero no pueden impedir que en algunos momentos descuelguen unas leves lágrimas al recordar el sufrimiento de su padre y de su familia.

Ella apenas levantaba un par de palmos del suelo cuando vivió aquel drama. De regreso a casa aquella mañana dominical en pleno centro de Bilbao y al doblar la esquina, padre e hija se encontraron con los temibles grises reprimiendo una manifestación. Era el pan de cada día. «Dos policías empezaron a golpearle brutalmente, le pegaban en la espalda y en las piernas, pero consiguió poco a poco ir avanzando y llegar al portal de casa, en el 13 de General Eguía. Él solo quería protegerme y consiguió meterme al portal, pero entraron detrás. Y allí, sin testigos, siguieron dándole», relata Inés.

EL INFIERNO, Silencio, no decir nada. Era la consigna, fruto del oscuro miedo fraguado a fuego por la dictadura franquista. Pero Francisco Javier Núñez no se amilanó, «tuvo la valentía, o quizá la inconsciencia, de ir a denunciarlo». Cuando mostró su intención en el palacio de justicia, alguien se encargó de avisar a los autores de la paliza. «Se presentaron en la puerta del juzgado en una furgoneta, vestidos de paisano pero con pistola, y le obligaron a subir al vehículo.

Allí volvieron a golpearle brutalmente, le sometieron a humillaciones, le ataron las manos, le pusieron un embudo en la boca y le obligaron a beber cerca de un litro de coñac y otro tanto de aceite de ricino», relata Inés, que apostilla que era tal la impunidad con que actuaron que hasta le llevaron después cerca de su casa, donde le dejaron tirado. Llegó a su casa arrasado, lleno de miedo y angustia. Cayó al suelo desmayado. Tras ser trasladado al hospital de Basurto comenzó una desigual lucha por la vida. «Estaba totalmente reventado, el estómago, el esófago, el hígado… Pero como era un hombre sano, fuerte, deportista, aguantó 13 días de sufrimiento y de frecuentes hemorragias y vómitos de sangre», recuerda Inés.

Trece días con sus interminables noches duró la agonía de un Francisco, 13 días y 13 noches de fortísimos dolores, vómitos de sangre, gritos angustiosos, miedo, delirios, múltiples transfusiones y algunos momentos de lucidez. «Día 20, viernes», escribe Carmina, la esposa de Paco, al tercer día. «Paco habla sobre los golpes con expresión de miedo, de policías, dice que les perdona y pregunta porqué le maltratan. La noche es de espanto, no encuentro palabras para definirla, y la angustia me aprieta el corazón. Carmina, ahí va mi vida dice Paco». Después de hacer testamento se despide de su pequeña hija. Paco se confiesa y le dan la extremaunción. Finalmente falleció el día 30. Fin de la terrible agonía física de Paco. Empieza el segundo infierno para la familia.

El caso de Francisco Javier Núñez es representativo de decenas de víctimas inocentes. Su historia estremece, conmueve e indigna. El miedo atenazador, las amenazas, las mentiras, el olvido. El silencio. Los médicos que le atendieron callaron. Y luego, las amenazas, “..que si contaba algo, lo pagaría su hija..”. Amenazas que continuaron en el funeral. «Obligaron a decir a mi abuela Esperanza, uno por uno a todos los hombres jóvenes, que con un muerto en la familia ya había suficiente», relata Inés. Ella misma fue objeto de amenazas ya en pleno año 2000, cuando acudió al gobierno civil a solicitar la documentación necesaria para la consideración de víctima. «Recibí una llamada al día siguiente, con insultos y amenazas, diciéndome que sabían dónde vivía, lo que era obvio porque tenían el teléfono, y que me atuviera a las consecuencias», denuncia.

Desde entonces, a callar, eso sí, sin odio. Eso se lo agradece infinitamente Inés a su madre, que no la haya educado en el «odio cancerígeno». Sin ayuda económica ni psicológica de nadie, la familia salió adelante como pudo, incluso vendiendo sus pertenencias. Hoy, solo tienen el consuelo de su pequeño reconocimiento como víctimas, pero muchos siguen sin querer oír su tragedia. Incluso la niegan. O quieren impedir que se reconozca. «Hemos pasado de la nada más absoluta a ser víctimas de segunda, somos daños colaterales, en palabras textuales del ministro del Interior», resume Inés.


Documentos: Deia.eus (Enrique Santarén). El País. Eitn.eus


En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española