Eugenio nació en Cuenca, cerca de Fuente Obejuna. Durante tres años peleó por defender la democracia republicana hasta que, en febrero de 1939, tuvo que escapar a Francia del imparable avance franquista. Las tropas de Adolf Hitler le capturaron y terminó recluido en el campo de Mauthausen. La Gestapo se limitaba a cumplir la orden dictada por Himmler y por Heydrich tras reunirse en Berlín con Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de la Gobernación de «la nueva España». Solo los españoles debían ser deportados a campos de concentración para ser exterminados.
Nada más entrar en el campo de concentración fue humillado, golpeado, rapado, desnudado… Los SS le dieron el tristemente célebre traje rayado y le robaron hasta su nombre; Eugenio dejó de existir y se convirtió en el prisionero 3.507. De su estancia en Mauthausen no guarda ni un solo recuerdo agradable. Llegó a finales de enero de 1941 y seis meses después estaba tan débil, tan hambriento, tan enfermo que los SS le trasladaron a Gusen, un subcampo situado a 5 kilómetros en el que las condiciones de vida eran aún más duras e inhumanas.
Después de siete meses en el infierno de Mauthausen, los nazis enviaron a Eugenio Sánchez Rivera junto a otros 29 españoles y a 15 deportados holandeses, polacos y alemanes al castillo de Hartheim, donde le condujeron a la ducha con todos los compañeros. Víctor Alcojor Carvajal, del pueblo toledano de Mohedas de la Jara; Bernardo Ruiz, de Alhama de Granada; Jesús Melero, albaceteño de Villarrobledo; el madrileño Manuel Castañeda; el aviador barcelonés Romá Busquets; el coruñés Clemente García; los hermanos Agapito y Crescencio Cuesta, que habían logrado permanecer juntos desde que abandonaron la localidad abulense de Lanzahíta… En total 30 españoles y otros 15 judíos holandeses, «antisociales» alemanes y presos polacos. La sala de duchas comenzó a llenarse de gas. El monóxido de carbono no les provocó una muerte rápida ni indolora. Los gritos y los lamentos en español se prolongaron durante más de media hora. Después, el silencio volvió a reinar entre los muros de Hartheim. Un grupo de prisioneros se encargó de sacar los cadáveres así como de limpiar los vómitos y excrementos que salpicaban el suelo y las paredes de la cámara de gas.
Un Oberscharführer de Mauthausen firmó el falso certificado de defunción de los 45 prisioneros. En él Eugenio fue registrado como fallecido a las 4:41 horas del 29 de septiembre de 1941. El suboficial de las SS consignó a continuación el nombre completo y la dirección de Agustina, la esposa que durante años siguió esperando, día tras día, que su marido regresara a Fuente Obejuna.
Documento original en eldiario.es (Carlos Hernández), en Recuerdo de
En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española