ENCARNACIÓN JIMÉNEZ, ASESINADA en Málaga en 1937 por los franquistas, porque era lavandera REPUBLICANA

Encarnacion Jimenez word pressLa tragedia de Málaga continúa. En vano las radios facciosas desmienten las informaciones transmitidas desde Gibraltar y Tánger. Es imposible ocultar la verdad, cuando esta verdad es más fuerte que sus enemigos. Diariamente leemos relatos que escalofrían de los horrores cometidos en Málaga por el fascismo ocasional y provisionalmente victorioso. Esos horrores no figurarán, desde luego, en ningún legajo de proceso militar o civil. El «saneamiento» a que se refiere Queipo, se hizo -no ha acabado aún-sin formación de causa, sin que leguleyo alguno escribiera un renglón en papel de oficio.

Se fue casa por casa prendiendo y matando. Se vació de sus moradores -de los que aún quedaban después del éxodo- barriadas que habían sido popularísimas. Vióse a infelices mujeres arrojarse enloquecidas por los balcones huyendo de la atroz y repugnante lascivia de moros y legionarios. Vióse a los señoritos de Córdoba, Granada y Sevilla dando suelta a sus bestiales instintos de destrucción…

Pero un corresponsal ha contado un caso. Un caso revelador y sintomático. El de Encarnación Jiménez, una pobre mujer, ya de edad, que ganaba su triste vida trabajando como lavandera en el Guadalmedina. Y durante los meses últimos, había ganado unos jornales lavando ropas de heridos milicianos de los que llevaban para su curación a un hospital.

La detuvieron unos falangistas. Y la llevaron nada menos que ante un consejo de guerra. Era después de los primeros días de la ocupación. Se esperaba en el puerto a navíos de guerra ingleses, y Queipo había ordenado que se procediera con prudencia. Ya no se mataba tanto ni con tanta desfachatez escandalosa, si bien se continuaba encarcelando sin tregua.

Encarnación Jiménez vióse delante de unos jefes y oficiales que la contemplaron con ojos cansados y soñolientos. (Los matarifes, luego de una larga jornada, deben de tener la mirada como ellos la tenían). Y les preguntó qué crimen había cometido para que la llevaran de aquel modo, a un Tribunal.

– Se le acusa -dijo el presidente- de haber ayudado a los rojos.

– Yo no me he metido nunca en política.

– Sí. Pero ha lavado usted la ropa de los milicianos heridos.

– ¿Y eso es un delito? – exclamó, asombrada Encarnación Jiménez.

Si lo era, Y tan grave, tan imperdonable, que la condenaron a muerte y la fusilaron aquella misma noche. ¿Cuantos miles de Encarnaciones Jiménez no habrá habido en Sevilla, Cádiz, Zaragoza, Coruña, Vigo, Córdoba, Granada, Badajoz, Logroño, Teruel y demás ciudades y pueblos dominados por los facciosos? ¿Cuantos habría en Madrid, Valencia y Barcelona si vencieran estos? ¿Quién podría considerarse seguro de escapar a la muerte?

¡Sangre, sangre, sangre! Quince mil muertos de izquierda pedía ABC a los generales que estaban conspirando para sublevarse. Desde Julio, se multiplicó por diez la cifra. Y es posible que se llegue al doble de esa multiplicación. ¿Por qué no? Nada hay más cruel, sanguinario e implacable que las derechas, cuando tienen miedo de perder sus privilegios. El Terror Blanco fue siempre más horrible que el Terror Rojo. Y duró más. Recordemos la historia de Fernando VII.

Encarnación Jiménez, lavandera de Guadalmedina malagueña, proletaria humilde, no entendía de política. Para ella un herido era un hombre. Y su ropa debe ser lavada.

Se engañaba. Y el engaño le costó la vida. Un consejo de guerra de coroneles, comandantes y capitanes del antiguo ejército reunido solemnemente, falló que un herido no es un hombre y que sus ropas no deben ser lavadas, cuando ese herido lo fue peleando por el régimen legítimo de España y cuando sus ropas se mancharon con la sangre que hicieron verter las balas facciosas. Y falló además que la culpable del lavado debía ser fusilada sobre la marcha.

¡Encarnación Jiménez!  ¡Tú tendrás un monumento a orillas del Guadalmedina!


Publicación original en la página 2 de El defensor de Albacete, 3 de marzo de 1937. Ilustración de Biografías de Mujeres Andaluzas


En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española