CATALINA MUÑOZ ARRANZ, REPUBLICANA, FUSILADA por matones franquistas en 1936, y arrojada con el sonajero de su bebé a una fosa en Palencia

Catalina Munnoz Arranz, llevo un sonajero a su fusilamiento word pressCatalina Muñoz Arranz, era natural de Cevico de la Torre (Palencia), donde el golpe fascista había triunfado. Tenía 37 años y 4 hijos. El 24 de agosto de 1936, los franquistas fueron a buscarla a su casa, ella salió corriendo con el niño, cayó en la trasera de una casa y la cogieron. Al niño no le pasó nada. Ella gastaba un delantal de medio cuerpo y pico negro para taparse. Fue sometida a un consejo de guerra en Palencia, donde no hubo combates, solo represión. El alcalde de Cevico y otros 2 vecinos declararon que iba a manifestaciones, que daba vivas a Rusia y mueras a la guardia civil, y que había dicho: “Todavía vamos a vencer y os vamos a hacer tajadillas”.

Fue fichada como una mujer de 1’56, morena, de pelo y ojos negros, de apodo “Pitilina”. Catalina no sabía leer ni escribir, pero sí firmar: El 5 de septiembre testificó y firmó una declaración en la que admitía haber ido a manifestaciones, pero negaba el resto de acusaciones contra ella. Aunque no habían pruebas suficientes y solo palabrerías de algunos vecinos, se pidió para ella cadena perpetua. Sin embargo los sublevados franquistas cambiaron de criterio y la condenaron a muerte por rebelión militar. Catalina Muñoz fue fusilada a las 5’30 horas del 22 de septiembre de 1936, y enterrada con el juguete de su hijo más pequeño, Martín, de 9 meses, quien ha conocido su historia 83 años después.

Cuando desenterraron a Catalina en 2011, el análisis osteológico que hizo el equipo de antropólogos confirmó que murió por heridas producidas por arma de fuego en cráneo, pecho, vértebras cervicales, clavícula y costillas. Después fue rociada con cal viva y enterrada sin ataúd.  Junto a ella se encontraron botones de nácar, corchetes metálicos y las suelas de goma de sus zapatos del número 36. Además apareció situado junto a la cadera izquierda, como si efectivamente lo llevara en el bolsillo del mandil, un sonajero rosa y amarillo con forma de flor, de celuloide, un plástico muy usado en objetos cotidianos de la época.

Almudena García-Rubio, arqueóloga y antropóloga de la Sociedad de Ciencias Aranzadi que dirigió los trabajos de exhumación, se encontraba ese día en unas excavaciones ya de por sí inquietantes, buscaban 250 víctimas de la represión franquista enterradas bajo los columpios infantiles del parque de La Carcavilla, en la ciudad de Palencia, donde antaño estaba el cementerio municipal: “..Este es el objeto más llamativo y conmovedor que haya podido salir de una fosa de la Guerra Civil. Catalina simboliza a las demás mujeres, a todas las que sufrieron la represión, tanto las que murieron y pasaron por la cárcel como las viudas , las madres y las huérfanas de los hombres que perdieron la vida..». Pablo García-Colmenares, catedrático de Historia Contemporánea y presidente de la ARMH de Palencia explica: “..De entre el centenar aproximado de mujeres asesinadas en los primeros meses de la guerra en la provincia de Palencia, Catalina Muñoz es la única que fue juzgada y condenada a muerte, al resto las pasearon..”.

Lucía, su hija, tenía 11 años cuando fusilaron a su madre. En una sala de visitas de la residencia de ancianos de Cevico, Lucía recordó que su madre «Tenía mucho genio, en eso me parezco a ella. Si le decían algo… Jesús. Y por eso la mataron. Desde hace unas semanas no paro de llorar acordándome», lamenta con los ojos humedecidos y la mirada perdida. “Mi abuela fue fusilada por venganza, por defender su libertad y sus ideales», ha manifestado Josefa Díaz, una de las nietas de Catalina que ha querido tener un recuerdo para «aquellos que murieron asesinados en tierras y cunetas y que a día de hoy, siguen ahí».

Un sonajero inerte hace que pasado y presente se revuelvan de una manera siniestra, rabiosa y, finalmente, pacificadora. Era el sonajero que Catalina compró a Martín, su cuarto hijo, el que llevaba en brazos cuando segaron su vida. Catalina se aferró al juguete que Martín no escuchó más en su infancia. Ese sonido pasó al de un disparo en su recuerdo, la pólvora que no ha podido apagar hasta recuperar el cuerpo de la que se fundió con la tierra al desnudo, arropada por la paradoja del quita llantos de su Martín. Madre e hijo han vuelto a intercambiarse el juguete, 80 años después. Ella, convertida en hueso, reducida, como si todo se resumiera en ese segmento de amor materno, como si la vida se recuperara más allá del polvo y el tiempo. Como si Martín consiguiera por fin completar una respiración sin rencor.


Documentos: El País 1 y El País 2 (Nuño Domínguez). El Norte de Castilla. Público (Eduardo Bayona). La Nueva Crónica (Mar Iglesias). News Europa


En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española