Los “señoritos” sublevados veían a un enemigo terrible en todo hombre con sombrero ancho, manos callosas y pantalón de pana. Desde el camino de Valladolid a Palencia descargaban sus pistolas y sus fusiles sobre aquellos hombres que trabajaban encorvados sobre la tierra, a un lado y otro del camino. Algunos quedaron muertos sobre las eras. El terror se extendió por las alquerías:
– Ayer mataron al sobrino del tío Pepe. Yo no vuelvo a las tierras.
Y hubo que militarizar a las gentes para no perder las cosechas.
En todas las ciudades se escogía un lugar predilecto para las matanzas de hombres, cogidos en la calle o arrancados de sus hogares. Con preferencia, la vega del río o las tapias del cementerio. En Valladolid no bastaban las veredas del Pisuerga ni las tapias de la necrópolis. Eran muchos los muertos. Primero, los dejaron sin enterrar. Pero la podredumbre era mucha.
Las bandadas de cuervos nublaban la zona. Era poco elegante para una ciudad que había sido la noche estrellada de Carlos V y de Felipe II. Entonces idearon hacer un cementerio nuevo para los fusilados. Corrió la fama por Castilla.
– Valladolid ya tiene su cementerio “rojo”.
Era cierto. A los tres meses había enterrados en el “Cementerio Rojo” de Valladolid siete mil cadáveres de hombres castellanos y de mujeres castellanas. ¡Todo a la mayor gloria de Dios y la Patria!
En Valladolid hay un manicomio famoso. Pero ahora todo Valladolid es un manicomio. El mayor manicomio de España. ¡Cuidado! Queipo de Llano es de Valladolid. No deshonren a Asturias diciendo que es Asturiano.
Original en el libro «España a Hierro y Fuego«, de Alfonso Camín
En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española