Los hermanos Mateos Carballo, hijos de Francisco (tio Paco “Rosu”) y de María, eran Fermín, de 50 años, nacido en Robleda, labrador, casado con Vicenta Hernández Mateos, tenían 4 hijas. Juan, natural y vecino de Robleda, 43 años, labrador, casado con María Mateos Mateos, 4 hijos. Y José, 49 años, casado con María Carballo Mateos, ya fallecida, con 2 hijas. Eran labradores ricos, industriales, así como sus primos, los hermanos Esteban, Tiburcio y Sebastián Mateos Mateos, que fueron asesinados por elementos franquistas ese mismo verano.
Ya antes del año 1936, ambas familias, los “Rosos” se inclinaron hacia ideas socialistas, hasta el punto de que Esteban Mateos Mateos fue elegido concejal por el Frente Popular en febrero de 1936, y Fermín Mateos Carballo alcalde. El odio de los reaccionarios contra ellos tenía varias razones, una de ellas fue que el 24 de junio, en las fiestas de San Juan, los “Rosos” mataron un toro y repartieron la carne a jornaleros y familias necesitadas, lo que fue mal visto por ganaderos y otros vecinos. En los últimos días de agosto y primeros de septiembre se consumó en Robleda la matanza y exterminio de las 2 familias, entre otras muchas víctimas.
Tras el alzamiento del 18 de julio, hubo conatos de resistencia Republicana; el 20 de julio el alcalde Fermín Mateos propuso volar el puente de Vadocarros y cortar la carretera, con la ayuda de otros compañeros, como el activista comunista José Prieto Martín, a quien los fascistas fusilaron posteriormente, el 6 de octubre. El intento fracasó, y el 21 de julio el alférez de la guardia civil de Fuenteguinaldo Alberto Navarro, publicó el bando de guerra nombrando la nueva gestora municipal rebelde el 25 de julio tras destituir al alcalde Republicano Fermín Mateo y entregar la alcaldía al brigada Bernardo García.
Juan Mateos Carballo no se sabe que tuviera actividades políticas o sindicales marcadas, pero en una “huelga” o manifestación, el 5 de abril de 1936, los guardias civiles querían tirar y Juan Mateos le quitó el fusil a un guardia. Tras el golpe fascista Juan se escondió. A su hija, Luisa, niña ligeramente débil mental, le ofrecieron golosinas, y a su hijo José, de 13 años, lo maltrataron y torturaron, pero no reveló el escondrijo de su padre. A Juan lo descubrieron en su propia casa cuando una noche los falangistas echaron a arder el pajar. Camino a la cárcel, y cuando Juan y otro detenido, José Mateos García, eran transportados maniatados, los fascistas los torturaron bárbaramente, incluso emasculando a Juan. Tras matarles, los enterraron juntos en la misma sepultura en el Puerto de Perales; era el 24 de agosto de 1936. A Juan no lo vieron más vivo ni muerto.
Fermín escapó y Julio del Corral, jefe local de Falange y juez municipal golpista en Robleda ordenó su captura y muerte presionando mediante engaños, amenazas, maltratos, cárcel y asesinatos a su familia para que el fugitivo se entregara. Desde mediados de agosto Fermín Mateos estuvo huido y escondido en los aledaños de su propio molino y después en los límites de la provincia de Cáceres. Su hija Rafaela le dejaba la comida escondida en lugares convenidos. Fue localizado en el regato de los Alisos. Una vez capturado, Fermín solicitó ver a sus hijas antes de morir, pero fue golpeado y con la culata de un fusil en la cabeza y rematado. Llevaron el cadáver al pueblo, y lo expusieron en el atrio de la iglesia mientras cantaban el cara al sol.
A José Mateos Carballo lo asesinaron en Ciudad Rodrigo antes del 24 de agosto, o en Villasbuenas de Gata en septiembre de 1936. Su hija Josefa denuncia que le fueron a buscar a casa, y que ella le visitó en la prisión de Ciudad Rodrigo. A Josefa la amenazaron con una pistola en la sien a lo que ella le dijo “no tengo miedo, máteme si quiere que yo no he hecho nada, igual que mi padre que lo tienen aquí y lo van a matar y tampoco ha hecho nada”. José no fue juzgado, pero lo asesinaron en una de tantas sacas, y lo arrojaron a alguna fosa común. Sigue desaparecido.
El desamparo de las víctimas que sobrevivieron a las muertes de sus hijos, esposos, padres o hermanos causó estragos imposibles de contar. El miedo y la impotencia de verse obligados a vivir al lado de los verdugos, la impasibilidad de los poderes públicos, la falta de reconocimiento, supuso para los padres, madres, esposos, esposas, hijos, hijas, hermanos y hermanas de víctimas un trauma tan importante que les obligó a pasar el resto de su vida enfermos del alma y del cuerpo.
Original en Memoria Republicana
En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española